lunes, 17 de marzo de 2025

Acuerdo histórico entre los kurdos, Turquía y Siria: Análisis estratégico de una paz largamente esperada

Un siglo de conflicto llega a un punto de inflexión: recientemente se anunció un acuerdo histórico en Oriente Medio por el cual el pueblo kurdo ha firmado la paz tanto con Turquía como con Siria. Este pacto pone fin a décadas de violencia y rebeliones que han dejado decenas de miles de muertos –solo en Turquía, la insurgencia del PKK desde 1984 causó más de 40.000 fallecidos​

– y abre la puerta a una nueva era política. El alto el fuego declarado por el PKK en marzo de 2025, atendiendo al llamado de su encarcelado líder Abdullah Öcalan a deponer las armas, supuso un primer paso decisivo​

Poco después, en Siria, las autoridades kurdas de la región autónoma de Rojava alcanzaron un entendimiento con el nuevo gobierno de Damasco para integrarse en un Estado sirio posconflicto manteniendo una amplia autonomía​

Incluso el presidente turco Recep Tayyip Erdogan calificó este giro como una “oportunidad histórica” para derribar el muro de terror y reconciliarse con la población kurda​
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Este artículo ofrece un análisis estratégico de dicho acuerdo, examinando su contexto histórico, las motivaciones y concesiones políticas, económicas y militares involucradas, así como sus implicaciones geopolíticas. Se adopta una postura crítica hacia los gobiernos de Turquía y Siria por las masacres y atropellos cometidos contra el pueblo kurdo, a la vez que se resalta la relevancia geopolítica de esta paz. En las siguientes secciones se revisa la larga lucha kurda desde el Imperio otomano hasta hoy, el papel crucial de los kurdos en la derrota del Estado Islámico, los detalles del nuevo acuerdo y sus efectos potenciales a nivel regional y global, para finalmente evaluar oportunidades, riesgos y escenarios futuros derivados de este histórico pacto.

Contexto histórico de los kurdos: un pueblo sin Estado

Los kurdos son uno de los mayores pueblos del mundo sin Estado propio. Sumando alrededor de 25 a 30 millones de personas, habitan principalmente regiones montañosas de Turquía, Siria, Irak e Irán​, conformando minorías significativas en cada uno de estos países. Tras la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio otomano, las potencias aliadas esbozaron en 1920 el Tratado de Sèvres, que contemplaba la posibilidad de un referéndum sobre la independencia kurda​

Sin embargo, dicho sueño se frustró cuando el recién fundado Estado turco rechazó Sèvres y firmó en 1923 el Tratado de Lausana, que consolidó las fronteras de Turquía sin ninguna provisión para un Kurdistán autónomo​

Así, el territorio tradicional kurdo quedó repartido entre Turquía, Siria (bajo mandato francés), Irak (mandato británico) e Irán, negando a los kurdos un Estado propio y sentando las bases de su marginación.

Durante el siglo XX, los kurdos sufrieron múltiples episodios de persecución y levantamientos fallidos. En Turquía, la política de construcción nacional negaba la identidad kurda –durante décadas se les llamó eufemísticamente “turcos de las montañas” y se prohibió su idioma– y reprimió con extrema dureza cualquier rebelión. Un trágico ejemplo fue la masacre de Dersim (1937-38), cuando el ejército turco aplastó una revuelta aleví-kurda en el este del país, empleando incluso armas químicas: se estima que entre 13.000 y 70.000 civiles kurdos fueron asesinados en aquella campaña de exterminio​


Ya en la segunda mitad del siglo XX, emergió la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) liderada por Öcalan, que en 1984 inició una insurgencia armada en Turquía en pos de la autonomía kurda. Este conflicto interno se prolongó por 40 años con enorme costo humano, incluyendo numerosas atrocidades contra la población civil kurda; organismos internacionales estiman que la mayoría de las víctimas del conflicto –que supera los 40.000 muertos– han sido civiles kurdos, en medio de acusaciones de graves abusos a los derechos humanos por parte del Estado turco

Hasta fechas muy recientes, Ankara catalogaba al PKK y grupos asociados como terroristas y respondió militarmente tanto dentro de Turquía como más allá de sus fronteras (Irak y Siria), causando desplazamientos masivos y destrucción en regiones kurdas.

Por su parte, en Siria (donde los kurdos representan alrededor del 10% de la población), el régimen nacionalista árabe del partido Ba’ath también sometió a los kurdos a una asimilación forzosa y negación de sus derechos básicos. En 1962, el gobierno de Hafez al-Assad realizó un censo excepcional en la provincia de Hasaka que despojó arbitrariamente de la ciudadanía siria a unos 120.000 kurdos –alrededor del 20% de los kurdos sirios de la época– dejándolos apátridas en su propia tierra​


Durante décadas se prohibió la enseñanza del kurdo, se cambiaron demográficamente zonas kurdas mediante la “cintura árabe” y se encarceló o desterró a activistas kurdos. Esta opresión estructural desembocó en estallidos de violencia como el de marzo de 2004 en Qamishli, cuando tras unos disturbios en un partido de fútbol la seguridad siria abrió fuego contra la población kurda que protestaba: decenas de kurdos fueron masacrados por el régimen de Bashar al-Assad y cientos encarcelados​

Aquel episodio –conocido por algunos como la “intifada kurda” en Siria– prefiguró las tensiones que luego estallarían en la guerra civil.

En Irak, los kurdos también sufrieron una historia de sangre: en la década de 1980, el dictador Saddam Hussein lanzó la campaña Anfal, un genocidio que buscaba aniquilar la resistencia kurda en el norte iraquí. El momento más infame fue el ataque químico contra Halabja en 1988, donde unas 5.000 personas murieron gaseadas en minutos, dentro de una campaña más amplia que dejó hasta 180.000 kurdos asesinados

Si bien los kurdos iraquíes lograron establecer tras 1991 una Región Autónoma del Kurdistán (KRG) que con el tiempo devino en un gobierno regional reconocido, esta autonomía solo se consolidó tras enormes sacrificios.

En resumen, desde la posguerra hasta el presente, los kurdos han sido víctimas de masacres, desplazamientos forzados, campañas de arabización y negación de derechos culturales en casi todos los Estados donde residen. Sin embargo, también forjaron movimientos de resistencia que, aunque sangrientos, mantuvieron vivo su anhelo nacional. Esta larga historia de agravios explica tanto la persistencia de la lucha kurda por la autonomía como la enorme trascendencia del nuevo acuerdo de paz: representa la posible conversión de antiguas debilidades en fortalezas, al transformar la marginación en participación política.


Mapa de la región del Kurdistán que muestra las áreas de mayoría kurda en Oriente Medio. Los kurdos suman unos 25-30 millones de personas dispersas principalmente entre Turquía (estimado 15-18 millones), Irán (~8 millones), Irak (~5-6 millones) y Siria (~2 millones)​

. Son la mayor nación sin Estado del mundo.

El papel de los kurdos en la lucha contra el Estado Islámico

Irónicamente, la última década de conflictos en Oriente Medio no solo trajo nuevas penurias a los kurdos, sino que también les dio la oportunidad de demostrar su valía como aliados clave en la lucha contra el extremismo. Tras 2011, el colapso de Siria y el ascenso fulminante del grupo Estado Islámico (ISIS) en Siria e Irak crearon un vacío de seguridad que las fuerzas kurdas se apresuraron a llenar. Tanto los peshmerga kurdos iraquíes como las milicias kurdas sirias (las YPG/YPJ, que junto con aliados árabes y cristianos formarían las Fuerzas Democráticas Sirias, SDF) se convirtieron en la punta de lanza terrestre contra ISIS, respaldadas por la coalición internacional liderada por Estados Unidos​

En Irak, los peshmerga del Gobierno Regional de Kurdistán detuvieron el avance de ISIS en 2014 cuando el ejército iraquí colapsó, defendiendo ciudades clave como Erbil y colaborando en la contraofensiva para expulsar al Califato de Mosul. En Siria, las YPG (Unidades de Protección del Pueblo, de ideología kurda autónoma) se hicieron mundialmente conocidas durante la batalla de Kobane (2014-2015). Aquella ciudad kurda en la frontera turco-siria fue asediada por ISIS durante meses, pero los combatientes kurdos, hombres y mujeres, resistieron encarnizadamente. La victoria en Kobane –lograda a costa de enormes pérdidas y con ayuda aérea estadounidense– supuso el primer gran revés para la leyenda de invencibilidad de ISIS​

. A partir de entonces, las SDF avanzaron implacablemente: liberaron Raqqa (capital del Califato) en 2017 y finalmente acabaron con el último bastión territorial de ISIS en Baghuz (marzo de 2019). En esta campaña, los kurdos pagaron un precio altísimo: se estima que más de 11.000 combatientes kurdos (en su mayoría de las SDF) murieron combatiendo a ISIS​, sin contar las decenas de miles de civiles kurdos desplazados o masacrados por los yihadistas (solo en Kobane hubo unos 300.000 desplazados​).

La contribución kurda en derrotar al Estado Islámico les granjeó reconocimiento internacional y una posición de cierto peso geopolítico. Occidente pasó de ver a los kurdos solo como un problema interno de Turquía, Irak o Siria, a considerarlos aliados indispensables en la seguridad regional. Las imágenes de las combatientes kurdas –muchas en las filas kurdas sirias eran mujeres voluntarias de las YPJ, temidas por los yihadistas– se volvieron icónicas, rompiendo estereotipos en Medio Oriente (no olvidemos que el 40% de las fuerzas kurdas eran mujeres, liderando al mundo en proporción de mujeres combatientes​). Esta alianza tácita con Estados Unidos y otros países brindó a las entidades kurdas de Siria e Irak un paraguas protector durante varios años.

Sin embargo, esta misma efectividad kurda contra ISIS exacerbó los recelos de Turquía y Siria. Turquía veía con alarma cómo una región kurda autónoma de facto (Rojava) se consolidaba en el norte de Siria bajo patrocinio estadounidense, temiendo que fuera un refugio para el PKK o un estímulo para el separatismo de sus propios kurdos. De hecho, Ankara considera a las YPG sirias como mera extensión del PKK​


Siria, por su parte, aunque inicialmente toleró la auto-organización kurda mientras combatían a ISIS, jamás renunció a reinstaurar su soberanía sobre todo el territorio. En 2016-2018, aprovechando la lucha contra ISIS, Turquía lanzó ofensivas militares en el norte de Siria (operaciones Escudo del Éufrates y Rama de Olivo) capturando vastas áreas fronterizas –incluida la región kurda de Afrin– precisamente para impedir que los kurdos sirios consolidaran una región autónoma continua

Estas incursiones, realizadas con milicias sirias aliadas, desplazaron a cientos de miles de civiles kurdos y fueron acompañadas de graves abusos contra la población local documentados por la ONU: saqueos, secuestros, ejecuciones y políticas que apuntan a un cambio demográfico permanente expulsando a los kurdos de sus hogares​

Es decir, mientras los kurdos derramaban su sangre contra ISIS, Turquía y el régimen sirio recelaban de sus ganancias territoriales y políticos.

A pesar de esas tensiones, para 2019-2020 los kurdos habían logrado esculpir en Siria una administración autónoma (conocida como Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, popularmente Rojava) que gobernaba aproximadamente una cuarta parte del país, rica en recursos petroleros y agrícolas. 

Rojava implementó un modelo democrático de base, con igualdad de género y pluralismo étnico, ganándose el apodo de “oasis de democracia” en Medio Oriente. Su mera existencia demostró que los kurdos podían gobernarse eficazmente y ser un muro de contención contra el extremismo islamista. No obstante, esa autonomía siempre pendía de un delicado equilibrio, dependiendo de la protección estadounidense y la ambivalente posición rusa, y bajo la hostilidad abierta de Ankara. Cuando en octubre de 2019 Estados Unidos retiró sus tropas de parte de Siria, 

Turquía aprovechó para invadir otra franja del territorio kurdo (operación Fuente de Paz), desplazando nuevamente a poblaciones enteras. Solo una intervención diplomática de Moscú y Washington frenó a Erdogan, obligando a las SDF a ceder ciertas zonas fronterizas.

Este contexto explica por qué un acuerdo de paz integral que involucre a Turquía, Siria y los kurdos es de inmensa importancia. Los kurdos demostraron ser actores estratégicos combatiendo a ISIS; cualquier solución estable en Siria y la región debe involucrarlos para garantizar que no resurja el terrorismo y para otorgar legitimidad inclusiva a los nuevos órdenes políticos. La comunidad internacional reconoce que, sin los kurdos, es difícil imaginar la derrota del Estado Islámico –y sin ellos tampoco será posible consolidar esa victoria en el largo plazo.




Graduación de unidades peshmerga femeninas en el Kurdistán iraquí (Zakho). Las fuerzas kurdas, incluidas miles de mujeres combatientes, fueron cruciales en la derrota del ISIS, ganándose respeto internacional por su coraje y efectividad​

El nuevo acuerdo: claves políticas, económicas y militares

El acuerdo recientemente alcanzado consta de múltiples dimensiones que abarcan concesiones políticas, entendimientos militares y arreglos económicos entre las partes involucradas. A grandes rasgos, implica dos pactos paralelos: (1) la reconciliación entre el Estado turco y el movimiento kurdo del PKK, con el cese de la insurgencia armada; y (2) la incorporación de la administración autónoma kurda de Rojava al nuevo Estado sirio surgido tras la guerra civil, asegurando al mismo tiempo la autonomía local kurda. Cada uno de estos componentes tiene sus propias claves:

  • Dimensión política (Turquía-Kurdos): El líder histórico del PKK, Abdullah Öcalan –preso desde 1999– sorprendió al mundo al llamar desde prisión a la disolución del PKK y el fin de la lucha armada en favor de una solución pacífica​


    Este mensaje, transmitido en febrero de 2025, fue seguido por una declaración formal del PKK deponiendo las armas y declarando un alto el fuego unilateral
A cambio, los kurdos esperan que Ankara adopte medidas democráticas y de reconocimiento de derechos: se habla de potenciales enmiendas constitucionales o leyes que garanticen la identidad kurda, la educación en kurdo y la participación política sin violencia​

Si bien el presidente Erdogan respaldó cautelosamente el proceso calificándolo de oportunidad histórica, figuras de su partido AKP y socios de la coalición han exigido también la disolución de filiales del PKK en Siria e Irak, en alusión clara a las YPG/PYD en Siria. Esto sugiere que, políticamente, Turquía busca garantías de que ningún territorio sirio autónomo kurdo será utilizado para fomentar separatismo en Turquía. Por otro lado, Öcalan y los kurdos insisten en la necesidad de un “marco legal” para la paz –es decir, reformas institucionales en Turquía– sin el cual temen que el proceso carezca de base sólida​

En síntesis, la paz turco-kurda conllevaría: disolución del PKK como grupo armado, amnistía o reintegración de combatientes, libertad para Öcalan (o al menos mejora de sus condiciones carcelarias) y reformas que permitan expresión política kurda (por ejemplo, fortalecimiento del partido legal prokurdo HDP/Yeşil Sol, educación bilingüe, inversión en el sureste anatolio, etc.). Aunque aún no se han divulgado todos los detalles, es plausible que Turquía ofreciera descentralización limitada o inversión económica como incentivo. La presencia de actores moderados –incluso el ultra-nacionalista MHP que antes se oponía a cualquier negociación– sugiere que el Estado turco, enfrentando nuevos equilibrios, estaría dispuesto a concesiones antes impensables, siempre y cuando se garantice la unidad nacional​
  • Dimensión político-militar (Siria-Kurdos): Tras la caída del régimen de Bashar al-Assad y el ascenso de un gobierno rebelde en Damasco, liderado por Ahmed al-Sharaa (antiguo líder de la coalición Hayat Tahrir al-Sham), la integración de Rojava se volvió prioritaria para estabilizar el país. Con mediación de Rusia y Turquía, a principios de 2025 se logró un acuerdo de 8 puntos entre las SDF kurdas (lideradas por Mazloum Abdi) y el gobierno interino sirio

  • Según trascendidos, este acuerdo estipula la incorporación de las fuerzas de seguridad kurdas (SDF) al nuevo ejército nacional sirio, manteniendo su estructura de mando en las áreas kurdas, así como el reconocimiento del kurdí como idioma cooficial en esas regiones y la creación de gobiernos locales autónomos bajo el paraguas del Estado sirio. En otras palabras, Rojava conservaría un estatus de autonomía (similar a una región federal) dentro de Siria: sus instituciones civiles (consejos cantonales, administración autónoma) seguirían gestionando asuntos locales –educación, cultura, policía local–, pero reconocen la soberanía siria en fronteras, moneda, política exterior y defensa nacional. A cambio, el gobierno central se compromete a integrar a representantes kurdos en las instituciones nacionales de la “Nueva Siria” y garantizar derechos igualitarios a los kurdos como componente del país​
     

Este modelo de federalismo de facto satisface la aspiración kurda de autonomía sin exigir independencia, y al mismo tiempo permite al nuevo gobierno sirio presentarse como inclusivo y multiétnico, condición indispensable para obtener reconocimiento internacional. Un punto crítico fue seguramente el reparto de recursos: el noreste sirio controlado por los kurdos posee importantes yacimientos petroleros (Campos de Rmeilan, Al-Omar, etc.) y gran parte de las tierras agrícolas sirias. El acuerdo habría contemplado un mecanismo de reparto de ingresos –por ejemplo, un porcentaje de los ingresos petroleros de Hasaka y Deir Ezzor para la administración kurda local, y el resto para el tesoro central–, así como la participación de empresas turcas e internacionales en la reconstrucción de esa zona​
  • Dimensión militar y de seguridad: Tanto Turquía como el nuevo gobierno sirio exigieron garantías de que el desarme kurdo es real y permanente. En Turquía, Öcalan pidió explícitamente a sus militantes “no tomar acciones armadas salvo en defensa si son atacados”​

    El PKK por su parte solicitó el cese de las operaciones militares turcas contra posiciones kurdas en Irak y Siria​, refiriéndose a desmontar cualquier estructura armada del PKK/YPG. Es posible que se acordara transformar las YPG en una fuerza de defensa fronteriza integrada en el ejército sirio o incluso en una guardia fronteriza conjunta si fuera necesario para tranquilizar a Turquía. En cualquier caso, el fin de las hostilidades supone que Turquía ya no considerará necesario seguir con sus ofensivas en Siria, y las SDF, ahora parte del ejército sirio, podrán centrar sus esfuerzos en perseguir remanentes de ISIS u otras amenazas comunes.

Es decir, Ankara debería detener sus bombardeos a las montañas de Qandil (norte de Irak) y sus incursiones en Siria contra las YPG, a medida que el proceso de paz avance. Es razonable anticipar algún mecanismo de verificación internacional (quizá vía la ONU) para supervisar el alto el fuego y la desmovilización de guerrilleros. En Siria, la integración de las SDF implica que las milicias kurdas pasan a ser parte formal de las fuerzas armadas sirias, lo que resuelve la duplicidad de ejércitos. 

No obstante, seguramente las unidades kurdas conservarán control de la seguridad en sus áreas históricas, y podrían colaborar en la protección fronteriza junto con tropas turcas o rusas en ciertas franjas, para generar confianza. Cabe destacar que Turquía mantiene actualmente presencia militar en zonas del norte de Siria; con un acuerdo global, se esperaría una retirada paulatina de las tropas turcas a cambio de garantías de que ni el PKK ni otras milicias hostiles operarán cerca de su frontera. De hecho, Erdogan condicionó la paz a que “se destruya completamente el corredor terrorista” en Siria​
  • Dimensión económica: Un factor clave tras el acuerdo es el potencial dividendo económico de la paz. Para Turquía, alcanzar la paz interna con los kurdos liberaría recursos enormes –el conflicto contra el PKK le costaba miles de millones de dólares anuales– y abriría el sureste anatolio (mayoritariamente kurdo) a mayores inversiones y desarrollo, reduciendo la brecha económica con el oeste del país. 


    Empresas turcas ya dominan sectores en la zona fronteriza siria que controlan, y con la paz podrían expandirse por todo el país. Para los kurdos sirios, la normalización significará acceso a fondos de reconstrucción internacionales y la reactivación económica de Rojava, que ha sobrevivido bajo embargo de facto. El acuerdo prevé seguramente la reapertura de carreteras y pasos fronterizos clave: la ruta M4 que conecta el este sirio con la costa, o cruces hacia Turquía e Irak para el comercio. También la vuelta de refugiados kurdos que huyeron de la guerra (muchos hacia el Kurdistán iraquí o Europa) a repoblar y reconstruir sus ciudades. 

En Turquía, la pacificación podría incentivar el turismo y comercio transfronterizo con las áreas kurdas vecinas (imaginemos rutas comerciales desde Diyarbakir hacia Qamishli y Mosul sin peligro). Por último, la cooperación energética es un incentivo: existe el proyecto de llevar gas natural del Kurdistán iraquí hacia Europa vía Turquía y Siria; un Oriente Medio pacificado haría viables infraestructuras de oleoductos y gasoductos que crucen territorios kurdos sin sabotajes.
  • Además, Turquía podría acceder con mayor facilidad a los mercados y recursos energéticos de sus vecinos kurdos: por ejemplo, consolidar acuerdos de petróleo y gas con el Kurdistán iraquí sin la interferencia del PKK, e incluso participar en la explotación de petróleo sirio del noreste mediante empresas turcas. No en vano, Ankara aspira a beneficiarse de la reconstrucción de Siria, un proyecto colosal estimado en entre 250.000 y 400.000 millones de dólares​

En suma, el acuerdo kurdo-turco-sirio combina elementos de paz política (reconciliación y reconocimiento mutuo), reordenamiento militar (desarme e integración) y oportunismo económico (reconstrucción y desarrollo). Cada parte cede en sus aspiraciones máximas (los kurdos renuncian a la independencia total a cambio de autonomía; Turquía acepta la autonomía kurda a cambio de unidad territorial y fin del PKK; el nuevo gobierno sirio reconoce derechos kurdos a cambio de consolidar su control nacional). La clave estará en la implementación fiel de estos compromisos, algo que exploraremos en secciones posteriores al analizar riesgos y recomendaciones.

Implicaciones geopolíticas y económicas regionales y globales

El impacto de este acuerdo trasciende con creces a sus signatarios directos, reconfigurando el tablero geopolítico de Medio Oriente y generando ondas expansivas a nivel global. A continuación, se examinan las implicaciones más relevantes:

  • Turquía: Para Ankara, la pacificación de la cuestión kurda interna y en las fronteras supone una transformación estratégica. En lo interno, Erdogan podría lograr algo que ninguno de sus predecesores alcanzó: el fin de una insurgencia de 40 años, consolidando la estabilidad en el sureste de Anatolia. Esto reforzaría la seguridad nacional y podría fortalecer la posición internacional de Turquía al eliminar las críticas por su guerra interna. Sin embargo, también implicará que Turquía deba enfrentar reformas democráticas pendientes (como mayor autonomía local y respeto cultural) que a la larga modernizarán su democracia. 


    Por el contrario, Turquía podrá presentarse como garante de estabilidad ante Occidente, mejorando sus relaciones con la UE y EE.UU., que por años estuvieron tensas en parte por el trato turco a los kurdos. La Unión Europea, preocupada por la migración y el terrorismo, ve con buenos ojos que Turquía logre paz interna y estabilice Siria, pues podría facilitar el retorno de refugiados sirios desde Turquía y Europa. Asimismo, Ankara pasaría de confrontar a los kurdos a cooptarlos como aliados dentro de su órbita, lo que a largo plazo expande su influencia cultural y económica en comunidades kurdas transfronterizas.

En lo regional, una Turquía sin conflicto kurdo estará más libre para proyectar poder e influencia. De hecho, con la salida de Assad y la alianza con Al-Sharaa, Turquía se ha posicionado como actor dominante en Siria –algo impensable hace unos años–. Este acuerdo permite a Ankara consolidar un eje de influencia desde el Mediterráneo hasta el Kurdistán iraquí, sin enemigos kurdos hostigando sus flancos. Además, al resolver sus disputas con los kurdos, Turquía priva a potencias rivales como Irán de una carta de desestabilización: Teherán históricamente podía avivar al PKK o a facciones kurdas contra Turquía; ahora ese escenario se cierra​

  • Siria: El acuerdo redefine Siria tras 12 años de guerra civil. La caída de Assad a manos de insurgentes islamistas respaldados por Turquía dejó al país fragmentado; incorporar a los kurdos ofrece una oportunidad de recomponer la unidad siria sobre nuevas bases federales. La participación de líderes kurdos en el nuevo gobierno transicional de Ahmed al-Sharaa aporta legitimidad y diversidad, enviando un mensaje de inclusión a otras minorías (cristianos, drusos, alauíes). Si la “Nueva Siria” logra integrar a los kurdos con un estatus reconocido, podría cumplir las demandas internacionales de representatividad que se exigían en las negociaciones de paz de la ONU​

    No obstante, existen serios desafíos: el nuevo presidente Al-Sharaa proviene de HTS, una organización de raíz yihadista suní, cuyos cuadros podrían chocar ideológicamente con la visión secular y progresista de los kurdos de Rojava. Turquía ejercerá influencia moderadora –dado que necesita que el nuevo gobierno sea aceptable para la comunidad internacional y no un “Estado paria” islamista en su frontera​, pero queda por ver si los antiguos jihadistas gobernantes respetarán la autonomía kurda a largo plazo. En el mejor escenario, la relación kurdos-suníes podría evolucionar hacia un pacto de convivencia (los kurdos aportan su disciplina administrativa y laicismo a cambio de seguridad y participación). En el peor, desconfianzas mutuas podrían minar el gobierno común. 

Económicamente, Siria entera se beneficiará si la región kurda vuelve a producir petróleo y alimentos integrados en la economía nacional –un empuje vital para la reconstrucción–. La garantía de derechos kurdos también evitaría futuros levantamientos en esa zona, consolidando la paz. Por otro lado, la influencia de Rusia e Irán en Siria disminuirá drásticamente: Moscú, que sostuvo a Assad, ve cómo su aliado es depuesto y sustituido por un gobierno patrocinado por Turquía; Teherán pierde el corredor terrestre vía Siria que conectaba con Líbano (Hezbolá) y la capacidad de proyectar poder cerca de Israel. El acuerdo, de hecho, realinea Siria hacia la órbita turco-suní, alejándola del eje chií iraní.
 
Esto beneficia a Occidente e Israel, pero implica que Rusia e Irán podrían intentar socavar el proceso de paz para no perder totalmente su influencia. Hasta ahora Rusia ha jugado un rol de facilitador (mediando entre kurdos y Damasco), pero con Al-Sharaa en el poder su margen se estrecha. No sería sorprendente que Moscú busque mantener tropas en su base de Latakia y aparecer como garante de los derechos de las minorías (incluidos los kurdos) para seguir teniendo voz.
  • Irán: Teherán observa estos acontecimientos con preocupación. Irán tiene una considerable población kurda en su noroeste (7-10% de su población) y ha enfrentado esporádicas insurgencias kurdas (e.g., PJAK). La emergencia de una región kurda autónoma exitosa en Siria e Irak –y ahora reconocida oficialmente– podría inspirar a sus propios kurdos a demandar mayor autonomía, lo cual el régimen iraní difícilmente toleraría. Además, la alianza turco-kurda-siria deja a Irán aislado en el escenario sirio donde antes era coprotagonista. 

La pérdida de influencia en Damasco significa que Irán tiene menos capacidad de amenazar a Israel desde Siria o de competir con Turquía por la primacía regional. Es posible que Irán intente fomentar discordias: por ejemplo, apoyando a milicias chiíes en Irak para entorpecer la paz turco-kurda (dado que Turquía también opera en el norte de Irak contra el PKK). Sin embargo, si Turquía logra consolidar la paz, Irán podría recalcular y buscar acomodarse con los kurdos también (en el pasado, Irán ha colaborado tácticamente con kurdos iraquíes contra Saddam; podría ofrecer a los kurdos sirios inversión o vínculos para evitar que sean monolíticamente pro-turcos). En cualquier caso, el acuerdo marca un revés estratégico para Irán, que ve robustecerse un bloque rival suní (Turquía + nuevo gobierno sirio + posiblemente apoyo árabe suní) justo en sus fronteras occidentales.

  • Irak (Región del Kurdistán e Irak federal): Aunque no fue parte directa de este acuerdo, Irak se verá profundamente afectado. Por un lado, la Región Autónoma del Kurdistán (KRG) en el norte de Irak podría salir beneficiada: una Turquía en paz con los kurdos significará menos incursiones militares turcas en territorio iraquí (que eran frecuentes persiguiendo al PKK)​, más comercio transfronterizo y posiblemente inversiones turcas en ciudades kurdas iraquíes. El KRG ya mantiene buenas relaciones comerciales con Ankara (exporta petróleo por el puerto turco de Ceyhan); ahora, sin la sombra del PKK, esa relación puede ampliarse a otras áreas económicas. Además, la estabilidad en Siria puede abrir la ruta directa desde el Kurdistán iraquí hasta el Mediterráneo vía territorio kurdo sirio/turco, reduciendo la dependencia kurda iraquí de Bagdad o de Irán para comercio. 


    Esa devastación podría finalmente cesar, permitiendo al norte de Irak enfocarse en desarrollo. Estados Unidos, que es cercano tanto al gobierno iraquí como al KRG, tiene interés en que la paz turco-kurda estabilice el triángulo Turquía-Irak-Kurdistán y reduzca la influencia desestabilizadora de milicias proiraníes en la región​
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Sin embargo, también hay riesgos políticos: los kurdos iraquíes podrían verse presionados a seguir el ejemplo –es decir, desmovilizar a cualquier facción radical– y alinearse con los lineamientos de Turquía. Bagdad, por su parte, podría temer que un Kurdistán sirio autónomo aliente al KRG a buscar aún más autonomía o incluso independencia. Aunque Irak ya reconoce la autonomía kurda, la cuestión de Kirkuk y las áreas disputadas podría reavivarse si los kurdos se sienten envalentonados por sus logros en Siria. Con todo, la reducción del conflicto armado PKK-Turquía en suelo iraquí será positiva: se estima que más de 2.100 ataques turcos contra el PKK ocurrieron en el norte de Irak solo entre 2023 y mediados de 2024, y cientos de pueblos kurdos iraquíes estaban abandonados por dicha violencia​

  • Estados Unidos y OTAN: Washington aparece como ganador estratégico indirecto. Sus aliados kurdos en Siria no serán aniquilados por Turquía sino integrados en un acuerdo, lo que justifica en cierto modo la polémica retirada de tropas estadounidenses (si bien fue la presión turca y rusa la que forzó esta salida, ahora la consecuencia es un escenario manejable). EE.UU. podrá mantener su objetivo prioritario de evitar el resurgimiento de ISIS: con los kurdos incorporados al ejército sirio y cooperando con Turquía, cualquier célula yihadista restante enfrentará a enemigos unificados. 

    En otras palabras, Washington puede reclamar cierto crédito y a la vez desempeñar un rol de garante, asegurando que todas las partes cumplan (p.ej. presionando a Turquía a implementar reformas democráticas o asistiendo a la nueva Siria con fondos si mantiene inclusión).

Asimismo, el fin del conflicto PKK permite a Washington fortalecer su alianza con Turquía, miembro clave de la OTAN, sin la fricción que suponía el apoyo estadounidense a las YPG (que irritaba enormemente a Ankara). Esto podría traducirse en una mayor coordinación OTAN en Medio Oriente. Cabe recordar que la paz le brinda a Turquía mayor libertad de acción en su entorno y potencialmente la anima a enfocarse en contrarrestar amenazas alineadas con Occidente (por ejemplo, contener a Irán, o participar en misiones de la OTAN), en lugar de gastar energías en combatir a los kurdos. 

Por supuesto, la política estadounidense tendrá que ajustarse: ya no necesitará armar a las SDF, pero sí podría optar por apoyar diplomáticamente la autonomía kurda dentro de Siria como parte de una solución política. En el aspecto diplomático, este acuerdo fue también un triunfo del multilateralismo: mediadores de la ONU, EE.UU. y Rusia participaron. Para la administración estadounidense, el momento ofrece una “oportunidad crítica de involucrarse constructivamente y alentar a Ankara, Damasco y los kurdos a consolidar la paz duradera”​

  • Europa e Israel: La Unión Europea se beneficia de cualquier estabilización en la vecindad siria y turca. Europa ha cargado con millones de refugiados sirios y ve a Turquía como socio imprescindible para frenar la migración; una pacificación de Siria, con inclusión de los kurdos, allana el camino para que refugiados sirios (incluida la población kurda exiliada) puedan retornar gradualmente. Además, una Siria posconflicto donde Turquía tiene influencia y los kurdos están satisfechos reduce el riesgo de oleadas migratorias futuras y de exportación de terrorismo hacia Europa. La UE probablemente brinde apoyo financiero a la reconstrucción y exigirá respeto a los derechos humanos (ahora con más facilidad al no estar Assad). Por su parte, Israel observa con intereses mixtos: por un lado, la caída de Assad y el debilitamiento de Irán en Siria son logros alineados con los objetivos israelíes de frenar el “eje de resistencia” en su frontera norte​

    Israel tradicionalmente ha tenido acercamientos discretos con los kurdos (basta recordar su apoyo histórico a los kurdos iraquíes contra Saddam en los 70s), viendo en ellos un contrapeso a regímenes hostiles. Un Kurdistán sirio autónomo y amigo de Occidente podría ser un aliado tácito de Israel en una región convulsa. Sin embargo, la preeminencia de un gobierno dominado por HTS suní en Damasco genera cautela: aunque Turquía asegura que Al-Sharaa se moderará​, Israel teme que elementos yihadistas sigan activos. 

  • En cualquier caso, Israel prefiere una Siria fragmentada pero estable a una base iraní en Siria. Con los kurdos neutralizados como factor de conflicto, el foco de la seguridad regional se desplazará a otros problemas (por ejemplo, la rivalidad suní-chií, o la cuestión palestina), pero al menos una fuente de guerra crónica –la cuestión kurda– estaría encaminada hacia la resolución pacífica. 

Orden mundial y derecho internacional: Este acuerdo tiene también implicaciones en términos de precedentes internacionales. Representa uno de los pocos casos en que una minoría nacional sin Estado logra negociar exitosamente su autonomía y el fin de hostilidades con Estados que previamente la reprimían. Puede convertirse en un modelo para resolver conflictos etnonacionales en otras partes del mundo (pensemos en casos como los conflictos con minorías en Asia o África). La ONU podría citarlo como ejemplo de reconciliación nacional inclusiva. 

No obstante, también legitima en cierto modo la intervención de potencias regionales en conflictos internos de terceros países: Turquía intervino en Siria y finalmente fue un garante del acuerdo; eso envía una señal ambigua respecto a la soberanía. Para los kurdos, al menos, supone un enorme paso adelante: después de un siglo de promesas incumplidas y traiciones (Sèvres, revueltas abortadas, etc.), logran por la vía diplomática y militar combinadas un reconocimiento tangible. El que la “cuestión kurda” encuentre cauces institucionales alivia una de las mayores fuentes de inestabilidad del Oriente Medio del siglo XX-XXI.

En resumen, las implicaciones geopolíticas del acuerdo son abarcadoras: se equilibra el poder en Siria inclinándolo hacia Turquía (y debilitando a Irán/Rusia), se abre la puerta a la pacificación de la frontera turco-iraquí, se robustece la posición de Turquía en la OTAN y de los kurdos dentro de los Estados donde viven, y se sientan bases para un Oriente Medio más conectado económicamente. 

Las implicaciones económicas son igualmente considerables: reconstrucción de ciudades devastadas, explotación más segura de hidrocarburos, rutas comerciales reactivadas y oportunidad de desarrollo en zonas históricamente relegadas. Con todo, estos beneficios potenciales dependen de que el acuerdo se implemente fielmente y de que los numerosos actores externos involucrados –Estados Unidos, Rusia, Irán, la UE– jueguen un papel constructivo en lugar de competir por sus propios intereses cortoplacistas.

Oportunidades y riesgos estratégicos del acuerdo

Como en todo proceso de paz complejo, el pacto kurdo-turco-sirio presenta grandes oportunidades estratégicas pero también riesgos considerables que podrían descarrilar sus logros. A continuación, se analizan ambos aspectos:

Oportunidades o fortalezas estratégicas:

  • Fin de un conflicto histórico y estabilización regional: La oportunidad más evidente es poner término a uno de los conflictos más longevos de Medio Oriente. Si el PKK se disuelve realmente y los kurdos son incorporados políticamente, Turquía verá pacificada su región sudeste tras décadas de guerra de baja intensidad. 

Lo mismo ocurre en Siria: integrar a Rojava cierra un frente interno. Esta pacificación liberará recursos militares y de inteligencia de Turquía y Siria para enfocarse en amenazas comunes (por ejemplo, la lucha contra células remanentes de ISIS o controlar el auge de grupúsculos extremistas). 

A nivel regional, podría sentar las bases de una alianza antiyihadista amplia que incluya a turcos, árabes y kurdos juntos. Que antiguos enemigos unan fuerzas contra el extremismo islámico ofrece una estabilidad inédita.

Modelo de convivencia y democratización: El acuerdo, de implementarse correctamente, se convertiría en un modelo de cómo resolver demandas de minorías étnicas mediante autonomía y federalismo, sin romper la integridad estatal. Los kurdos gestionarían sus asuntos culturales y lingüísticos, respetando las fronteras internacionales. Esto fortalecería el pluralismo en países del Medio Oriente donde las minorías a menudo fueron suprimidas. 

Además, la experiencia democrática de Rojava (con sus consejos comunales, igualdad de género, etc.) podría influir positivamente en la gobernanza de la nueva Siria, haciéndola más participativa desde la base. Turquía, por su parte, tendría la oportunidad de avanzar en democratización interna al reconocer constitucionalmente derechos culturales kurdos y quizás instaurar algún grado de autogobierno local (por ejemplo, restableciendo ayuntamientos pro-kurdos que fueron intervenidos). Estos cambios pueden mejorar la cohesión social y la imagen internacional de Turquía en materia de derechos humanos.

  • Beneficios económicos compartidos: La paz desbloquea proyectos económicos que antes eran imposibles. Por ejemplo, podría concretarse un corredor comercial Estambul-Mosul pasando por territorio kurdo sirio que impulse el comercio en todo el Levante. La reconstrucción de ciudades sirias devastadas (Alepo, Raqqa, Qamishli) brindará contratos a empresas turcas y occidentales, creando empleo y crecimiento. En el sureste de Turquía, históricamente subdesarrollado por el conflicto, la inversión post-conflicto puede explotar su potencial agrícola y turístico (ciudades históricas como Diyarbakir podrían florecer). 

Para los kurdos sirios, conectarse al mercado turco –segunda economía de la región– significa oportunidades para exportar su producción y recibir turistas. Asimismo, un entorno estable permitiría avanzar en grandes proyectos energéticos: un oleoducto desde Kirkuk (Irak) pasando por Siria hasta el Mediterráneo (diversificando la exportación de crudo kurdo-iraquí), o interconexiones eléctricas regionales. La integración económica derivada de la paz reforzará a su vez la interdependencia, haciendo menos probable una recaída en la guerra (pues todas las partes tendrían más que perder económicamente).

  • Fortalecimiento de la causa kurda legítima: Paradójicamente, renunciar a la lucha armada podría fortalecer la posición política del pueblo kurdo a largo plazo. Con presencia institucional en Damasco y mayor reconocimiento en Turquía, los kurdos ya no estarían marginados sino participando en igualdad. 

Esto podría traducirse en mayores inversiones en sus regiones, educación bilingüe, reconocimiento oficial de su cultura y un florecimiento de la sociedad civil kurda. Además, el hecho de que Turquía y Siria (tradicionalmente adversarios de los kurdos) avalen la autonomía podría impulsar soluciones similares en otros contextos, por ejemplo motivando al gobierno de Irán o a grupos kurdos iraníes a contemplar arreglos pacíficos. 

La causa kurda, tan larga y trágica, encontraría por fin una vía política aceptada, consolidando lo alcanzado en Irak (Kurdistán autónomo) y Siria (Rojava autónoma) como parte de un creciente mosaico de autogobiernos kurdos dentro de Estados existentes. A largo plazo, algunos analistas sugieren que estos enclaves autónomos kurdos en cuatro países podrían cooperar entre sí –no para secesión, sino en un modelo de “nación transnacional”– estimulando intercambios culturales y económicos kurdo-kurdos sin fronteras cerradas.
  • Mejoría en derechos humanos y reconciliación: La paz suele traer también la posibilidad de procesos de reconciliación nacional. Turquía, por ejemplo, podría aprovechar este momento para encarar su pasado y pedir perdón por masacres históricas contra los kurdos (ya en 2011 Erdogan pidió disculpas por la matanza de Dersim de 1937). Reconocer los sufrimientos mutuos y compensar a víctimas (por ejemplo, a familiares de desaparecidos kurdos o de aldeas destruidas) ayudaría a cerrar heridas. En Siria, los nuevos líderes podrían distanciarse de las políticas baazistas de Assad y rehabilitar la ciudadanía de los kurdos que fueron apátridas, devolviéndoles tierras o propiedades confiscadas. Estos gestos de justicia transicional reforzarían la confianza entre comunidades. Asimismo, la liberación de presos políticos kurdos tanto en Turquía como en Siria enviaría una señal potente de cambio de era.

Riesgos y amenazas estratégicas:

  • Fracaso en la implementación y falta de confianza: El riesgo más inmediato es que alguna de las partes incumpla sus compromisos. El PKK ha declarado un alto el fuego, pero ¿y si facciones disidentes rechazan la orden de Öcalan? Existe la posibilidad de escisiones dentro del movimiento kurdo: comandantes en las montañas de Qandil que no depongan armas, o militantes radicalizados que sigan actuando por cuenta propia (un fenómeno común en procesos de paz, como ocurriera con disidentes del IRA en Irlanda). Si se produce un atentado aislado de algún grupo kurdo renegado, los halcones en Ankara podrían clamar que “el PKK nunca cambió” y exigir mano dura, lo que pondría en peligro la tregua. }

La confianza es frágil: después de tantos años de guerra y promesas rotas (por ejemplo, el fallido proceso de paz Turquía-PKK de 2013-2015 que terminó abruptamente), cada bando mirará con suspicacia cada movimiento del otro. Cualquier retraso de Ankara en otorgar reformas, o cualquier reticencia de las SDF a ceder posiciones al ejército sirio, podría interpretarse como mala fe. En Siria también hay desconfianza histórica: los kurdos recuerdan cómo Assad padre les traicionó varias veces; ahora tratan con un gobierno nuevo pero con elementos islamistas que antes les eran hostiles. 

Pequeños roces locales podrían escalar: por ejemplo, si unidades del ejército sirio sin coordinar entran a una aldea kurda armados, los residentes podrían alarmarse y ocurrir enfrentamientos fortuitos. Sin mecanismos de resolución de disputas sólidos, el acuerdo podría deshilacharse en la práctica.
  • Actores externos saboteadores: El tablero de Medio Oriente es complejo y siempre hay jugadores dispuestos a ser spoilers. Irán podría apoyar encubiertamente a milicias o células kurdas radicales para descarrilar la paz y mantener a Turquía ocupada (dado que un Turquía libre podría competir más en influencia). Incluso el régimen sirio derrocado –lo que quede de él– podría, apoyado por Irán, montar una insurgencia de baja intensidad contra el gobierno de Al-Sharaa que incluya atraer a algunos kurdos descontentos. 

Yihadistas extremos (ISIS o Al Qaeda) también querrán explotar cualquier vacío de poder: aunque HTS se moderó, elementos más radicales dentro o fuera de él podrían realizar atentados para romper la alianza kurdo-sunita. Grupos ultranacionalistas turcos (ajenos al gobierno) podrían tratar de sabotear la paz a través de violencia contra civiles kurdos, buscando que los kurdos respondan y así reiniciar el ciclo de conflicto. 

En el lado kurdo, militantes de línea dura podrían ver el acuerdo como “traición” y llevar la lucha a otro terreno, quizá alimentando la insurgencia kurda en Irán o uniendo filas con militantes kurdos de Irak que no confían en Turquía. En resumen, hay muchos con potencial interés en que el acuerdo fracase –desde Teherán hasta células de ISIS– y será un desafío contener a todos esos actores.
  • Falta de concesiones reales de Ankara: Un peligro latente es que el gobierno turco celebre la rendición del PKK pero luego no cumpla la parte política (las concesiones democráticas). Erdogan, de mentalidad pragmática, podría estar usando el cese del PKK para ganar tiempo o mejorar su imagen internacional sin intención de cambiar estructuralmente la situación kurda en Turquía. Si tras unos meses o un par de años los kurdos turcos no ven mejoras tangibles (liberación de líderes civiles presos, derechos lingüísticos, retorno de alcaldes kurdos destituidos, etc.), el desencanto podría cundir. La historia ofrece una advertencia: en los 2000s Turquía inició conversaciones de paz y relajó algunas restricciones, pero nunca llegó a concretar una solución política duradera, lo que desembocó en la vuelta al conflicto en 2015. 

Sin un plan concreto de reformas legales, la paz no tendrá cimientos. En especial, los miembros del PKK desmovilizados necesitarán ser reintegrados –¿habrá un programa de desarme, desmovilización y reinserción (DDR)?–. De lo contrario, podrían volcarse al crimen o volverse un grupo insurgente latente. También preocupa qué hará Turquía con sus operaciones militares exteriores: ¿detendrá los bombardeos en Irak y Siria de inmediato? 

El hecho de que incluso después del anuncio de alto el fuego, Turquía continuó ataques aéreos puntuales contra objetivos del PKK/SDF​ genera dudas en los kurdos sobre la sinceridad de Ankara. Esta disonancia podría minar la paz. En resumen, si Turquía busca “paz sin cambiar nada”, el acuerdo será insostenible.

  • Fragilidad del nuevo gobierno sirio: El régimen pos-Assad en Damasco es aún incipiente y está integrado por fuerzas heterogéneas (ex rebeldes islamistas, opositores civiles, antiguos elementos del régimen, kurdos, etc.) unidos por la coyuntura. No hay garantías de su cohesión a largo plazo. Podrían emerger luchas de poder internas: por ejemplo, entre HTS (Al-Sharaa) y facciones rebeldes más moderadas o salafistas rivales. Si el gobierno central sirio se debilita o fragmenta, las regiones autónomas podrían ver peligrar los acuerdos firmados

Los kurdos podrían tener que rearmarse para defender sus cantones de nuevas milicias o señores de la guerra locales. Además, la economía siria está en ruinas; si la reconstrucción no despega rápidamente, el hambre y la miseria podrían desencadenar protestas o revueltas que compliquen la transición. Israel o Irán podrían desestabilizar: Israel no tolerará presencia de milicias iraníes en Siria, e Irán podría reactivar células leales para hostigar a las fuerzas pro-turcas. Toda esta volatilidad pone en riesgo la parte siria del acuerdo. 

En particular, los kurdos temen que, si el gobierno central se ve amenazado por rebrotes del ISIS o rebeldes renegados, sus concesiones autonómicas sean dejadas de lado en nombre de la seguridad nacional. Un escenario es que Al-Sharaa, necesitado de apoyo árabe suní, pacte con otras facciones a costa de limitar lo otorgado a los kurdos –por ejemplo, recortar su autonomía o purgar a cuadros kurdos del gobierno, repitiendo patrones del pasado.
  • Opinión pública y legitimidad: No debe subestimarse la dimensión de las percepciones populares. En Turquía, después de años de propaganda estatal demonizando al PKK como terrorista, podría haber resistencia de sectores de la población turca a cualquier medida vista como “ceder ante los terroristas”. Nacionalistas turcos extremos podrían reaccionar violentamente o generar inestabilidad política (Erdogan deberá vender muy bien el acuerdo como una victoria de Turquía para neutralizar esas críticas). 

Por su lado, muchos kurdos de a pie desconfían de Erdogan y Al-Sharaa. En Qamishli o Kobane habrá quienes consideren que sus líderes los están obligando a confiar en gobiernos que antes ordenaron masacrarlos. Si no se hace un buen trabajo de divulgación y pedagogía sobre los beneficios de la paz, la falta de apoyo popular podría erosionar el proceso

Es vital que los kurdos sientan que mantienen su dignidad y que los turcos y árabes no perciban la inclusión kurda como una amenaza a su identidad nacional. El equilibrio simbólico es delicado: por ejemplo, en la nueva constitución siria, ¿cómo se denominará al Estado? Si se insiste en “república árabe siria”, los kurdos lo verán excluyente; si se quita “árabe”, grupos árabes podrían molestarse. Así, las narrativas y simbolismos (banderas, nomenclaturas, feriados nacionales) deberán adaptarse cuidadosamente para construir una legitimidad compartida.

En síntesis, el acuerdo ofrece salidas ganadoras para casi todos, pero requiere gran voluntad política y manejo fino para evitar caer en las numerosas trampas posibles. Cada oportunidad viene acompañada de un riesgo espejo: la inclusión puede volverse exclusión si no se implementa bien; la retirada militar puede revertirse ante cualquier incidente; los beneficios económicos pueden tardar y desesperar a las poblaciones antes beneficiadas por la “economía de guerra”. La gestión de este proceso demandará un liderazgo estratégico continuo, no solo de Turquía y los líderes kurdos, sino también del nuevo gobierno sirio y los actores internacionales que respaldan la paz.

Posibles escenarios futuros y recomendaciones estratégicas

Dada la complejidad del panorama, es útil plantear algunos escenarios posibles a medio y largo plazo, así como recomendaciones para maximizar las probabilidades de éxito del acuerdo:

Escenario optimista (paz consolidada): Turquía y el nuevo gobierno sirio implementan gradualmente sus compromisos. Öcalan es trasladado a arresto domiciliario o liberado tras unos años, y el PKK se transforma en un movimiento cívico legal. En Turquía, se aprueban reformas que permiten educación en kurdo, participación de partidos pro-kurdos sin trabas y se invierte masivamente en las provincias de mayoría kurda, reduciendo la pobreza y aislando políticamente a los pocos extremistas que queden. La población kurda de Turquía comienza a integrarse plenamente manteniendo su identidad –un modelo similar al de Cataluña en España o el Tirol del Sur en Italia, salvando las diferencias–. 

En Siria, la autonomía kurda de Rojava se mantiene dentro de una estructura federal estable. Las instituciones kurdas cooperan lealmente con Damasco en defensa y política exterior, mientras gestionan su región con alto grado de autogobierno. La nueva Siria, apoyada por Turquía y con bendición internacional, logra estabilizar otras zonas conflictivas: reconcilia con ciertas comunidades alauitas leales al antiguo régimen y mantiene a raya a grupos jihadistas recalcitrantes. Millones de refugiados sirios retornan a sus ciudades reconstruidas, incluida población kurda que estaba en el exilio. 

Las fronteras se normalizan: Turquía abre completamente sus pasos fronterizos con Siria e Irak, facilitando un auge comercial. Se firma eventualmente un tratado de paz formal entre Turquía y la entidad política kurda de Siria, quizás con garantes internacionales, que sella el fin de hostilidades. Este éxito sienta un precedente: inspirando a que se retomen negociaciones de paz en otros conflictos (p. ej., entre el gobierno turco y la minoría kurda en Irán, o entre Bagdad y Erbil para resolver disputas pendientes amistosamente). En este escenario, todos cosechan beneficios –Ankara logra su ansiada “cero terror” en sus fronteras, los kurdos obtienen autogobierno y prosperidad, y Siria inicia un camino de recuperación–.

Escenario intermedio (paz tensa o incompleta): Se logran avances visibles en el corto plazo (cese de la violencia, presencia kurda en gobierno sirio, ausencia de atentados), pero ciertos aspectos quedan en el limbo. 

Turquía quizás no implementa plenamente las reformas internas por cálculos políticos –mantiene proscrito al PKK pero permite al HDP operar, por ejemplo–. La insurgencia no regresa, pero la reconciliación turco-kurda se enfría en una “paz negativa” (ausencia de guerra, pero tampoco una amistad profunda). Podría haber una situación similar a Irlanda del Norte tras 1998 pero con desconfianza persistente. 

En Siria, la autonomía kurda se reduce con el tiempo: conforme Al-Sharaa gana confianza, integra parcialmente a las SDF pero intenta centralizar más el poder. Esto genera roces con líderes kurdos, aunque ninguno quiere volver a la guerra, así que negocian caso a caso las disputas. Siria se federaría de jure pero con tensiones de facto similares a las de Irak entre Bagdad y Erbil (cooperación en algunos ámbitos, choques políticos en otros). 

Mientras tanto, potencias como Rusia e Irán podrían tratar de pescar en río revuelto, apoyando a facciones kurdas más radicales o a minorías descontentas para erosionar la influencia turca. En este escenario, la paz aguanta pero bajo constante presión, con riesgo de involución si cambia la dirigencia. Por ejemplo, un eventual sucesor de Erdogan en Turquía más nacionalista podría congelar todo avance con los kurdos; o un colapso económico en Siria podría reavivar radicalismos. 

La paz tensa podría perpetuarse con fuerzas de paz internacionales vigilando zonas sensibles (quizá tropas rusas o de la ONU en ciertas áreas kurdas como “seguro”). No hay guerra abierta, pero tampoco una plena resolución del “problema kurdo”; este simplemente queda contenido.

Escenario pesimista (colapso del acuerdo y retorno al conflicto): Desafortunadamente, no se puede descartar un fracaso. En este escenario, alguna chispa rompe la tregua: por ejemplo, un ataque de falsa bandera o un atentado de un grupo disidente provoca muertes de soldados turcos, y la facción militarista en Ankara responde cancelando el proceso de paz. Se reanudan operativos contra militantes kurdos, Öcalan pierde la oportunidad de maniobrar y la vieja dinámica de guerra regresa a Turquía. Simultáneamente en Siria, la relación entre kurdos y gobierno se deteriora –tal vez Al-Sharaa exige disolver por completo las Asayish (policía kurda) o intenta imponer gobernadores árabes en zonas kurdas–, lo que lleva a choques armados. 

Los kurdos sirios, sintiéndose traicionados, podrían entonces retomar una alianza táctica con milicias kurdas remanentes (PKK) y resistir. En esencia, se volvería al status quo ante bellum: Turquía de nuevo combatiendo una insurgencia kurda interna y externa, Siria fragmentada con un conflicto entre fuerzas de Al-Sharaa y kurdos, e incluso Assad (o sus leales) podría aprovechar el caos para intentar regresar. Este escenario sería catastrófico: el vacío de poder y la traición a la causa kurda seguramente permitirían a ISIS reactivarse en las sombras o a Al-Qaeda reagruparse en Siria, replicando el ciclo destructivo. 

El retroceso tendría implicaciones humanitarias severas y enterraría la credibilidad de cualquier negociación futura –los kurdos quedarían más desesperanzados y radicalizados, y los Estados doblarían la represión–. La ventana de oportunidad actual se cerraría, quizás por otra generación.

Dado lo anterior, las recomendaciones estratégicas para evitar los escenarios negativos y propiciar el éxito son:

  1. Establecer mecanismos de verificación y acompañamiento internacional: El papel de terceros neutros será vital. Se recomienda que la ONU o potencias confiables (quizá un grupo de contacto con EE.UU., Rusia, la UE) supervisen la implementación del acuerdo. Por ejemplo, desplegar observadores internacionales en las zonas de desarme del PKK, verificar la integración de las SDF en bases conjuntas con el ejército sirio, y monitorear que no ocurran abusos contra civiles. Un equipo de la ONU podría facilitar diálogo inmediato si surge alguna escaramuza local, evitando la escalada. Igualmente, la ONU debería seguir de cerca la situación de derechos humanos: documentar avances en libertad cultural kurda en Turquía y Siria, para mantener presión positiva a los gobiernos a cumplir. La presencia de garantes externos brinda confianza a los kurdos de que no serán abandonados si la otra parte incumple, y viceversa.

  2. Fases graduales y confianza mutua: El acuerdo debe implementarse en fases realistas, con gestos recíprocos. Por ejemplo, Turquía podría primero cesar bombardeos y permitir más libertad política; a la par, el PKK concentraría a sus combatientes en ciertas áreas para desarme supervisado. Luego Turquía podría aprobar una reforma menor (p. ej. permitir enseñanza privada en kurdo), mientras se destruye armamento del PKK. Así sucesivamente, de menos a más. En Siria, se puede empezar integrando unidades SDF en operaciones conjuntas contra ISIS –un objetivo común– antes de reorganizar toda la cadena de mando. Es crucial celebrar los hitos para alimentar el impulso: cada entrega de armas, cada elección local en zonas kurdas, etc., deben anunciarse públicamente para fortalecer la percepción de avance irreversible.

  3. Garantizar incentivos económicos tangibles rápidamente: La paz debe “sentirse” en el bolsillo de la gente pronto. Se aconseja crear un “Plan Marshall” para las regiones kurdas financiado por una combinación de Turquía, UE, EE.UU. y fondos del Golfo, que se active inmediatamente. Reconstruir infraestructuras, crear empleos, reabrir rutas comerciales y mejorar servicios públicos en el sureste de Turquía y noreste de Siria enviará la señal de que la paz trae prosperidad. En especial, integrar cadenas de valor entre Turquía y las áreas kurdas: por ejemplo, compañías turcas contratando mano de obra kurda para proyectos, o productos agrícolas kurdos comprados por el mercado turco a precios justos. Estos vínculos económicos generarán lobis locales a favor de mantener la estabilidad. Asimismo, pagos de compensación a víctimas (familias de civiles muertos de ambos bandos) podrían aliviar rencores y mostrar buena fe.

  4. Reformas legales e inclusividad política: Para consolidar la paz, se recomienda a Turquía que avance con reformas constitucionales otorgando reconocimiento a la identidad kurda. Esto podría incluir eliminar frases exclusivistas en la Constitución, establecer el kurdo como lengua oficial regional en provincias kurdas, y descentralizar ciertas competencias. También se debe liberar a presos políticos kurdos no implicados en crímenes violentos como gesto reconciliador. En Siria, el nuevo gobierno debe codificar la autonomía de Rojava en la Constitución nacional, garantizando escaños reservados a kurdos en el parlamento sirio y quizás una vicepresidencia para un representante kurdo. La fórmula de un “Consejo consultivo” kurdo a nivel nacional podría asegurar que tengan voz en las decisiones estratégicas. En resumen, institucionalizar la inclusión para que no dependa de la buena voluntad del líder de turno, sino de leyes claras.

  5. Manejo cuidadoso de la narrativa y la memoria: Es recomendable que se implementen programas de reconciliación: comisiones de la verdad que reconozcan las atrocidades sufridas por los kurdos (y también las víctimas turcas de atentados del PKK). Educar a la población mayoritaria sobre la cultura kurda, y viceversa, ayudará a sanar desconfianzas. El discurso oficial en Turquía debe cambiar del odio al respeto: admitir que los kurdos son parte integral de la nación. En Siria, Al-Sharaa y otros líderes suníes deben públicamente elogiar el papel kurdo en la lucha contra ISIS y prometer que Siria es tanto de los kurdos como de los árabes. Estas declaraciones, respaldadas con actos (por ejemplo, erigir memoriales conjuntos a caídos kurdos y árabes contra ISIS), cimentarán un nuevo imaginario colectivo donde antiguos enemigos pasan a ser socios.

  6. Contener a los actores maliciosos: La diplomacia preventiva es clave para neutralizar saboteadores. Turquía y sus aliados deberán disuadir a Irán de interferir –quizá negociando directamente con Teherán garantías de que los grupos kurdos iraníes no usarán territorio iraquí o sirio para rebelarse, a cambio de que Irán respete el proceso en Siria–. Rusia, por su parte, podría ser integrada como parte de la solución: invitándola, por ejemplo, a mantener una fuerza de paz simbólica en Qamishli bajo mandato de la ONU, para darle un rol y evitar que actúe como spoiler. A los radicales jihadistas, la estrategia debe ser doble: cooptar a los reconvertidos moderados (como se hace con HTS integrándolo al sistema) y perseguir sin tregua a los irreductibles (ISIS y Al-Qaeda) con una fuerza kurdo-turco-siria unificada. Cuanto más se reduzca la violencia residual, menos excusas tendrán los opositores a la paz para reanudar la guerra.

En conclusión, la hoja de ruta estratégica requiere paciencia, cumplimiento escrupuloso y apoyo multinivel. Tanto Turquía como los líderes kurdos han demostrado audacia al llegar a este punto; ahora deberán mostrar persistencia y visión de Estado para llevar el proceso a buen puerto. Los frutos de la paz no serán inmediatos ni automáticos, pero con seguimiento constante pueden arraigar con el tiempo.

Conclusión

El acuerdo de paz entre los kurdos, Turquía y Siria representa un hito geopolítico de primer orden que, de materializarse plenamente, podría transformar para bien el futuro de Oriente Medio. Por primera vez en más de un siglo, el pueblo kurdo –la mayor nación sin Estado– vislumbra un horizonte donde sus aspiraciones de autonomía y respeto sean atendidas sin recurrir a las armas. 

A su vez, Turquía y Siria tienen ante sí la oportunidad de enmendar errores históricos, poniendo fin a políticas de negación y represión que solo engendraron violencia. Las implicaciones estratégicas son profundas: desde la estabilización de Siria y la consolidación de Turquía como potencia regional constructiva, hasta el debilitamiento de la influencia desestabilizadora de actores extremos (yihadistas, régimen iraní) en la zona​

No obstante, este proceso también prueba los límites y desafíos de la diplomacia en conflictos étnico-nacionales. La historia kurda enseña que las promesas vacías conducen a nuevos ciclos de insurgencia; por ello, el éxito de este acuerdo dependerá de su implementación honesta y del compromiso sostenido de las partes. La comunidad internacional deberá acompañar vigilante: apoyando las reformas y reconociendo los logros, pero también señalando cualquier retroceso o abuso. Convertir las debilidades en fortalezas, como reza el objetivo de este análisis, implica reconocer que la diversidad étnica y cultural de Oriente Medio no es una amenaza, sino un cimiento sobre el cual construir Estados más legítimos y estables.

En última instancia, la paz con los kurdos podría desatar un efecto dominó positivo: un Oriente Medio con menos conflictos internos, más interconexión económica y mayor respeto a las minorías. Queda un largo camino por recorrer –lleno de riesgos que habrá que gestionar con astucia estratégica–, pero las bases están echadas. Este acuerdo es más que el fin de una guerra de 100 años; puede ser el comienzo de una nueva arquitectura geopolítica donde kurdos, turcos y árabes coexistan en equilibrio. 

La conclusión no es un cierre definitivo, sino una apertura: la verdadera prueba será en los años venideros, al comprobar si los principios pactados se traducen en realidades cotidianas de paz, prosperidad y justicia para las generaciones presentes y futuras en Anatolia, Mesopotamia y el Levante. Los ojos del mundo estarán puestos en este experimento de reconciliación. La esperanza es que, tras tanto sufrimiento, esta vez la paz estratégica prevalezca sobre la discordia histórica, inaugurando una era en la que la sanguinaria disputa entre Ankara, Damasco y los kurdos quede relegada a los libros de historia.

Fuentes: Informes de la ONU, International Crisis Group, Council on Foreign Relations, Al Jazeera, Reuters, Jerusalem Post, entre otros, citados a lo largo del texto para sustentar los datos y hechos presentados.

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